Threads y el condicionamiento de la existencia social en redes
El día de ayer el gran evento de inmediatez global fue el lanzamiento de Threads, la plataforma de Meta que pretende aprovechar el caos y decadencia que han transformado el Twitter de Elon Musk en una prueba moderna de que el genio de los multi-millonarios es un mito. (Uno que, cabe mencionar, se ha ido hundiendo de forma dramática a raíz de muchos sucesos recientes).
Con una mezcla entre la estética de Instagram y la funcionalidad de Twitter; Threads pretende rescatar a todos los náufragos del hundimiento lento y anunciado de la app del pajarito azul como una copia bastante derivativa de su predecesor. Vale la pena reflexionar entonces qué rol (si alguno) llena o llenaba Twitter en la cada vez más grande lista de aplicaciones de interacción social. Su debacle operativa, aunque entretenida de presenciar, preocupa colectivamente por la pérdida percibida de una función social cotidiana. En ese sentido, Threads no implica simplemente un producto de imitación que pretende competir y redituar del colapso de Twitter; sino que pareciera un imperativo existencial para mantener la inercia de nuestras rutinas modernas. ¿Pero por qué? Más allá de las minucias de esta saga de competencia en el extraño mercado de las redes sociales, es interesante explorar la relación que tenemos con esas mismas redes.
Entrar a Threads el día de ayer era algo similar a asistir de forma apresurada a una fiesta en la que nadie conocía al anfitrión. En cierto sentido todos sabíamos exactamente a qué veníamos, pero parecíamos esforzarnos en simular que no había manera de saber qué nos esperaba en las siguientes horas. De entrada el mecanismo de alta de usuarios fue acelerado por la liga a Instagram. Y en ese sentido era difícil conceptualizar que no estábamos únicamente entrando a una extensión de esa app. Lo interesante era ver el comportamiento de los diferentes tipos de usuarios entrando a esta "nueva" experiencia. Se podía respirar una urgencia extraña por "llenar" el vacío de un silencio digital percibido por la novedad misma de la plataforma. Todos estábamos "estrenando" perfiles en blanco que de inmediato tenían que establecer conexión y continuidad con nuestras personalidades virtuales de otros rincones del Internet. Independientemente si para algunos Twitter era un ejercicio de anonimidad para conectar con noticias y rincones del internet de forma más despersonalizada; en Threads toda la actividad parecía una carrera contra el tiempo para ver quién podía replicar su perfil de Twitter e Instagram con mayor rapidez.
Resulta siempre triste ver cómo cualquier tema nuevo tiende de forma casi instantánea a replicar los usos, contenidos e imaginarios de lo que existe ya. La potencialidad de Threads como una herramienta distinta se desvaneció casi de inmediato. En estas primeras horas, se respiraba una especie de ansiedad cuasi patológica de tener que traer o importar todos nuestros pensamientos, posicionamientos y opiniones anteriores a esta nueva plataforma. Era indispensable el poder reproducirnos como una copia Xerox de inmediato, seguir a los mismos que ya seguíamos ya y comenzar a comunicar nuestros mismos mensajes cliché de siempre para todos aquellos que habían optado por continuar siguiendo nuestra actividad en este nuevo horizonte. No podíamos soportar ningún momento de poca familiaridad en este proceso. Era imperativo que Threads se sintiera como Twitter y/o Instagram lo más rápido posible. Así, la mayoría se dedicaron a saturar la aplicación con una actividad desproporcionada tratando de de asimilar en tiempo récord las sensibilidades y afectos de lo que a todas luces es una simple copia de Twitter con un ligero retoque estético.
Pero más allá de "threads" repetitivos, memes reposteados, auto referencias vacías e interacciones torpes, lo que me interesa analizar es la dinámica misma de nuestra atracción magnética a otra red social más. No en el sentido de una crítica directa, sino sobre la genuina duda de qué fuerzas nos obligan a reproducir(nos) en una virtualidad que en el mejor de los casos nos aporta una distracción marginal y, en el peor, una carga existencial que detestamos.
Creo que pocos defenderán o argumentaran que Twitter (o cualquier red social) es genuinamente un vehículo de interacción, conexión, conocimiento o aprovechamiento de cualquier tipo. Casi inequívocamente sabemos que cada una de ellas nos distraen, nos deprimen, nos hacen perder el tiempo, nos desconectan y en general, le restan calidad a nuestro día a día. Sin embargo, cuando surge la falsa novedad de una réplica de una de las redes más odiadas a la fecha, pareciera casi un deber moral el integrarnos en ella. Pareciera que vivimos de forma colectiva algún miedo sobre dejar de existir sino llenamos los huecos que los gigantes tecnológicos han creado para nosotros.
¿De qué nos sirve reproducir ad infinitum nuestra ya atenuada personalidad en redes? ¿Qué podemos aportar o consumir de forma distinta en una copia de un concepto de red social de la década pasada? ¿Que potencialidad real puede tener una red cimentada en las mismas conexiones que el algoritmo ya había determinado para nosotros? ¿Qué objetivo tiene dedicar tiempo a llenar el vacío de un espacio virtual más?
La cuestión no es criticar los comportamientos descritos, sino entender cómo llegamos a este punto y qué implica existencialmente esa obligación involuntaria de integrarnos en la novedad de una eterna repetición de distractores vacíos y personalidades huecas. Esta misma integración a Threads nos desgasta, nos reduce y nos fragiliza continuamente hasta irnos transformando en simples avatares materiales de un agregado masivo de datos que la virtualidad opera como ecos de interacciones y personalidades perdidas.
Vale la pena reflexionar cómo nuestra interacción con redes se ha transformado casi en una especie de condición existencial. Ninguna de ellas cumple un rol clave, importante o esencial; sin embargo no podemos evitar el consumirnos a través de ellas en ejercicios de reproducción y vaciamiento.
¿Qué buscamos en esos vacíos rincones del Internet? ¿Es un ejercicio genuino de expresión y consumo? ¿Qué condiciona nuestra participación casi obligada en este teatro virtual del absurdo? Las preguntas anteriores, aunque puede que cuenten con respuestas individuales, deben reflexionarse en el marco de la naturaleza colectiva del momento presente donde habitamos. Todos los días corremos y nos precipitamos hacia un abismo para social sin beneficios. ¿Acaso es tan fácil esclavizar nuestra voluntad?
Diera la impresión de que somos máquinas alimentando máquinas por inercia y costumbre. Simples reproducciones de un "Yo" esterilizado, reducido y acotado a una casilla de texto con restricciones de procedimiento, estilo; e incluso, moral. Algunos pensarían es pronto para anticipar el futuro de una red social nueva; sin embargo no hay mucho margen de error cuando todo se replica diariamente una y otra vez.